El cóndor del nosotros


Vas,
como un tímpano por un túnel,
como una bala lanzada contra el revólver,
mostrando tus venas salvajes tus tripas salvajes tus dientes,
y nada te falta nada te niebla
te sobra energía te sobran municiones.

Cuesta odiar las banderas que te han tocado.
Odiar a tu madre negar a tu madre borrarla.
Cuesta huir del rojo de los raigones,
fundar a otro hasta no reconocerse.

Cuesta el nadie y el cóndor del nosotros.
El padre arriado, la noche en huesos, el miedo.
Cuesta seguir pero no quieres rendirte.
Escucha, poeta:
tu futuro es demasiado claro para ser cierto;
el que ataca a los dioses
no debe fracasar necesariamente.

El andamio


Se tarda tanto
en caer
de un andamio
si eres
marfileño,
si eres
argelino,
si eres
peruano,
que tienes tiempo
de sobra
para recordar
el azucarillo del café
de las nueve,
la quiniela fallida
por culpa del Barça
o el último beso
carminado
de aquella chica
que no era
tu mujer.
Se tarda tanto
en caer
de un andamio
si eres
búlgaro,
si eres
marroquí,
si eres
rumano,
que los diarios
publican tu muerte
cuando aún vas
por el aire,
y tu familia
llora ante el ataúd
y deja crisantemos
mientras sigues
cayendo,
y pasan los días
y los meses
y los años
y todavía estás
en el aire
preguntando
dónde
habrá un suelo, 
cuándo
se acabará todo,
por qué
no se pone fin
a esto
si eres
saharaui,
si eres
esloveno
si eres
boliviano.


Noches aquellas


Noches aquellas de iguanas calcinadas,
lanzados a fuego por la autopista A-8
a la salida tardía del bar Sebas,
borrachos hasta más allá de las fuerzas,
acelerando desnudos en una Nissan Vanette
que conducía con el pulgar de mi izquierda,
noches aquellas con sabor a velocidad
y a punto de matarnos, Iratxe,
cuando querías torcer el volante contra la mediana
para morir unidos como Filemón y Baucis,
cuando jugabas a esbozar las caras de los ertzainas
ante nuestros cadáveres desnudos y espléndidos,
las caras de los bomberos sacándonos con el cortafríos
y limpiándose nuestro semen con repugnancia,
noches aquellas del vino fácil y ardiente,
cuando mi padre era tan alto que nunca se acababa,
cuando tu cuerpo olía a belleza y a lluvia de primavera,
coreando como bandidos las letras de La Polla Records,
totalmente borrachos por el túnel de Malmasín,
totalmente desnudos por Kareaga Goikoa,
conduciendo libres y a mil ruedas por hora
mientras nos quejábamos de la ertzaintza,
la ertzaintza que nunca nos paraba,
la ertzaintza que nunca una multa,
la ertzaintza que nunca alcoholemia,
la ertzaintza que no se atrevía.